domingo, 5 de octubre de 2008

Sobre el papel del cine en la sociedad

Hace poco vi en un foro que alguien preguntaba sobre el papel del cine en la sociedad actual, la verdad encontre interes en esa pregunta y trate de darme una respuesta.
Yo creo que el cine ha pasado a ser el referente para el imaginario colectivo, el poder ver plasmada en una pantalla una serie de imágenes en movimiento ha pasado a ser una manera muy eficaz de mostrar una narración.
Mucha gente antes de la invención del cine y de la televisión, tenía que imaginar en base a lo que conocía en su entorno todo lo que se contaba boca a boca y en los libros. En cada cabeza se formaba un país o un personaje surgido de cada narración. Ahora con el cine no se deja mucho a la imaginación, prácticamente se puede representar todo lo contado en un libro y completa mucho de lo que se ahorra en descripción. Y más cuando un libro te lo puedes mirar en una hora y media.La imagen en movimiento es lo que funciona para presentar una idea, o por lo menos es lo que te quieren dar a entender las empresas o secretarías de comunicación de gobiernos.
En la Expo 2008 de Zaragoza, prácticamente todos los pabellones mostraban su contenido por medio de video proyectado. Si quitabas el video no quedaba nada en el pabellón que pasaba a ser un mero contenedor de imágenes. Hasta ahí ha llegado el cine y su evolución en videoarte, televisión, internet etc. Ahora no se puede entender el mundo si antes se ve primero en una pantalla, del tamaño que sea. De hecho leí en el suplemento semanal de El País del 05/10/08, que ahora los narradores del siglo XXI pasan a ser los guionistas de la televisión.

Una catedral para albergar los protones.

Al ingreso a alguna catedral, la que sea pero si es gótica que mejor, no se puede pasar por alto lo monumental de las dimensiones de lo ahí edificado. Uno no deja de preguntarse como lograron tal esbeltez en la construcción y lo monumental del espacio en el que uno se siente inmerso. En parte radica ahí su propósito, de sentirse uno minúsculo, diminuto en la inmensidad del vacío frente al “Altísimo”, a fin de cuentas es la casa del Señor.


Las dimensiones de una catedral son proporcionales al enigma que encierra la religión, como modo de resolver esta inquietud de saber de donde venimos y quienes somos en realidad. Estas preguntas eternas tienen en las religiones una manera de buscar la respuesta, dogmática, pero a fin de cuentas una respuesta. Yo no busco crear polémica en lo que uno crea o no, pero la religión existe por esa duda eterna. Encuentro interés en lo que resulta de esto, hasta donde puede llegar el afán de respuesta. Es curioso como se materializa la creencia de algo en edificaciones magníficas, de proporciones gloriosas. De como se centran todos los esfuerzos y capacidades para su diseño, realización y manutención, sin escatimar recursos y muchas veces sufrimientos. Mas de una roca y dintel han costado sangre y vidas humanas. Los vestigios de las civilizaciones se muestran fácilmente en las construcciones de edificios, siendo con toda contundencia las obras dedicadas al culto las de mayor envergadura. También podrían estar palacios y fortalezas, pero a fin de cuentas los reyes o emperadores creían que los dioses los habían puesto ahí, en el poder. Incluso los había que se sentían dioses sumidos en la ignorancia de cómo se gesta una planta o se mueven las mareas en el mar.
Ahora en estos tiempos de economías globales y feroces, ya no interesa el misticismo que engloba la creación. En cierta manera el pragmatismo tiene un papel en cuanto a que el conocimiento de estos menesteres ha de recibir cierta retribución a cambio. El papel de Dios lo toma la ciencia. En ella se encuentra el puerto para embarcar hacia la respuesta de la duda eterna. ¿De donde venimos? ¿Y a donde vamos?
El puerto muchas veces veía hacia las alturas, a lo inmenso e infinito. Las catedrales eran en cierta manera como ese puerto. En su magnitud se correspondían a ese enigma de fe y de poder. Solo que ahora en lugar de buscar en las alturas, en lo grande, se busca ahora en lo ínfimo, lo más pequeño de imaginar. Tan pequeño que ni siquiera sabemos que hay, pero lo suponemos. Hace poco se inauguró el Gran Colisionador de Hadrones (Large Hadron Collider ó LHC) cerca de Ginebra, una máquina que ya la presumen como la máquina más grande y perfecta construida jamás. Pero incluso ahora que la ciencia es nuestro faro frente a las dudas de lo que nos rodean continuamos con la tendencia de las grandes obras monumentales para responder a nuestras dudas. Entre otras cosas lo que tiene que lograr el LHC (términos en los que no me considero erudito) es encontrar el bosón de Higgs, apodado "la partícula-Dios" por el premio Nobel Sheldon Glashowa. Un concepto generado basándose en teorías y que buscan poder materializar por medio de este “aparato” como una manera de entender como se genero el universo tras el Big-Bang. Y por ende, de una manera egocéntrica, de nosotros mismos. Así el Gran Colisionador de Hadrones pasará a ser nuestra nueva catedral de la cual no se esperan peregrinaciones u oraciones, solo que lo más pequeño concebible nos responda en una de nuestras mayores construcciones concebidas. Volvemos al juego de encontrar respuestas por medio de construir cada vez elementos más grandes, complejos y caros.